Todo irá bien
Xavi no da para más y Laporta no sabe qué hacer
«El presidente no está seguro de qué entrenador quiere como sustituto, autodescartado el único que realmente le interesa, Guardiola»
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A las 9:30 de la mañana del jueves Joan Laporta desayunó como si nada en el Café Europa de la Diagonal con Villarroel. Todo como siempre, y con la misma abundancia, pese al estrepitoso ridículo que su equipo había hecho la noche ... anterior en Alicante. Un poco antes de las 10 salió hacia su despacho de abogado, en el edificio colindante. Pasadas las 11 volvió a la calle para dirigirse a la Cadena Ser, donde había pactado dejarse entrevistar por el programa 'Què t'hi jugues'. En junio hará 20 años que fue elegido por primera vez presidente del Barça. Desde entonces ha engordado mucho. Se le nota pesado y cansado. Las señoras de la mesa de al lado, frente a la ventana aún le saludan y le agasajan, pero son ya señoras de su edad o más. Él corresponde amablemente, pero sin entusiasmo. Cuando se inclina para besarlas, la sombra de su papada se desliza sobre sus arrugadas caras.
El presidente busca un giro que le vuelva a poner de moda, para que además de saludarle las señoras de su edad, o más, le lleven en volandas como solían las chicas de 20 años menos. Es verdad que hasta ahora ningún entrenador ha sido suyo y ha cedido a la presión de su entorno: Guardiola le pidió que mantuviera a Koeman —de quien Laporta siempre había dicho que era un bobo— y sus directivos le pusieron entre la espada y la pared para que lo echara y fichara a Xavi, y lo hizo tan en contra de su voluntad que cuando accedió dejó claro que «este no es mi entrenador». Continúa sin serlo, y aunque sabe que no tiene más remedio que echarlo, de momento lo aguanta porque no está seguro de qué entrenador quiere, autodestacartado el único que le interesa, que es Pep Guardiola.
Pese a ello le fichó todo lo que encontró en el mercado, con la única condición de que los representantes de cada jugador tuvieran una relación directa o indirecta —pero siempre ventajosa— con un Laporta que no quiere acabar su segundo mandato en la misma intemperie que acabó el primero. Por lo tanto, y a pesar de los enredos presidenciales, Xavi tiene lo que pidió y no puede echar la culpa ni a la escasez ni a las circunstancias. Pide tiempo, pero ¿para qué? No hace falta ser un genio para ver que no tiene ideas válidas para el Barça.
Y no es que a sus intentos les falte tiempo para encontrar su momento de afinación, sino que los propios intentos son deficientes. Su obsesión por Dembélé ha quedado ampliamente desacreditada tanto en el Barça como en Francia. Lo mismo pasa con Ferran Torres, pero en lugar de Francia, España. El fracaso del Barça es el fracaso de un Xavi que intelectualmente no da para más. Tuvo un gran talento como jugador pero carece de cualquier talento, inspiración o inteligencia como técnico.
El Barça, especialmente ante los rivales más débiles, tiene un primer cuarto de hora de despliegue que no suele dar para más que un gol. Por débil que sea, el rival ve que tiene su oportunidad cuando el ya no tan respetado —y apenas temido— Barcelona topa contra los límites mentales de su entrenador y languidece. Entonces llegan los empates o las derrotas, dependiendo de la entidad del contrario, pero con un Barça siempre en naufragio. La Champions dejó en evidencia el Esquema Ponzi en el que se sustenta el Barça. En la Europa League, cuando cualquier equipo de medio pelo le exija algo más que el Intercity de turno —tal como cuando Goldman Sachs reclame algún tipo de devolución de sus préstamos— se demostrarán inútiles las absurdas teorías de Xavi e inexistentes los activos que supuestamente el club posee. El drama del Barça —equipo y club— no es que esté mal, sino que se encuentra en un espiral de degeneración en el que es fácil imaginar que todo va a ir francamente peor.
Todo es humo pero como nadie sabe qué hacer ni hay de momento alternativa alguna articulada contra él, Laporta puede caminar sobre las aguas de su desastre, a la espera de que se le ocurra algo mágico, aunque sólo sea para que las pobres abuelas de su edad no sean el mejor premio al que pueda aspirar. Además, si no toma medidas urgentes, tanta impotencia acumulada no tardará en estallar y lo que hoy parece paz social se puede convertir en un desbocado estallido social que lo lleve por delante.
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